Para leerse con: El último café de Roberto Goyeneche, canción sugerida por Javier Macías (nicefkngcovers)
Te escribo estas líneas en mi habitación porque la compañía me resulta aburrida, las mujeres de afuera, todas ninfas hermosas que le siguen rindiendo homenaje a los genes de las generaciones pasadas, platican de anécdotas familiares que la mayoría de los esposos desconocen, aún así todos ríen, yo las amo a todas, pero lo hago por el pasado que tuvimos juntas, porque las admiré, porque viví con ellas y con ellas crecí, sin embargo llegada esa edad de las cosquillas en el vientre (y para muchos otros, más abajo), nuestras vidas se separaron y a cambio de las risas infantiles que fueron engendradas en sus sanos, y seguramente, preciosos úteros, se secaron y ahora son hermosas mujeres y ya. Venus, me atormenta tanta belleza tuya en este cuerpo de mármol que apenas se calienta con los rayos intensos de Apolo, qué puedo hacer si eres de piedra, qué, sino rendirte mi ofrenda recordando que alguna vez tus mejillas eran rosas y eras pensante.
Los cuellos de las camisas, los bebés, ¡ay esas
pequeñas vidas preciosas por las que las de ellas valen la pena!, la mejor
manera de cocinar pollo, los chismes de las primas lejanas y sus amantes,
licores, experiencias, hay varios temas en la mesa y ninguno se queda en mis
manos. Ninguno, sólo el aburrimiento de ellas y de la conversación, muerta.
Intento despedirme de estas escandalosas porque me desespero
y el tiempo que hemos platicado creo, ha sido suficiente. Recuerdo que olvidé
mi gabardina y es mi favorita, pero ahorita hace frío y puedo prescindir de
ella.
Antes, quiero decirte que la única cosa que me quedo es
el recuerdo de la casa de su abuela. Yo estuve en la fiesta sin estar, como siempre, con los
sentimientos escandalizados porque esta casa vieja tiene algo que te entra por
los poros y te inspira a guardar silencio, cerrar los ojos y hacer alguna
promesa estúpida pero sublime. La habitación donde colocamos las cosas tiene
dos camas, si te sientas en la que está próxima a la ventana, y te abrochas las
agujetas en dirección a la puerta, verás que la colcha de la cama de enfrente
es de un rosa pastel añejo con rosas y
sus hojas verdes bordadas, sí, con ese bordado que hacían las mujeres de cuyas
vidas nos quedan fotografías viejas en sepia, no sus nombres, porque ya ningún
integrante de la familia lo sabe, sólo las fotografías. Yo por supuesto no me
atrevo siquiera a pensar uno para llamarle de algún modo. Son la abuela y la
bisabuela, con sus historias que se murieron con ellas.
Y en esta casa la luz es diferente, las plantas crecen
caprichosas escondiendo secretos, el patio, desafiante te invita a contemplar
su color ladrillo, el cielo de Toluca se nubla y deja ver sus colores blancos,
azules y la gama de gris. La cortina de la habitación turquesa se mece con la
corriente que seguramente se escapa de alguna rendija de la ventana, cortina
larga y porosa, blanca con polka dot de tonos pastel, la casa completa susurra;
yo no entiendo porque esta casa no es mía y no me liga nada a ella. Aunque
puedo jactarme de notar su peculiaridad y su atmósfera de realismo mágico.
Y quizá se queden todos los recuerdos y las
complicidades entre la humedad de las paredes, asomando la nariz en las
cortinas de las ventanas que dan al patio, esperando al otro lado de la terraza
al aire libre, pero no importa, estas son las cosas que a nadie le importan,
por eso la luz ilumina distinto esta casa.
Y ya, te escribo estas líneas en mi habitación con la
estrella fugaz de lado derecho, junto a la escultura griega y el jarrón de
flores que mamá insiste en poner siempre a sabiendas de que no me gustan las
rosas, y te prometo que entre las mujeres secas que platican en el comedor,
esperando a escondidas que les presente al “amor de mi vida” (como si sólo
hubiera uno) y esta conversación de cáscaras de nuez que no sirve de nada y no
lleva a ningún lado, mi café cortado es delicioso.
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