A ti te gusta el sol, el equilibrio y
las mañanas frescas,
A mí me gustabas tú, tu mirada
infantil, y mentirosa,
Tu cabello negro y rizado
Tus pestañas tupidas de dios griego
A mí me gustabas tú.
Nos adentramos en un mar en calma
Nos adentramos como los amantes de la noche,
tomados de la mano,
Nos miramos escudriñándonos las
infancias y los amores pasados, pero apenas nos descubrimos las construcciones
en ruina.
Mi santuario es bello a pesar de que
sus glorias son pasadas, aquí el cielo siempre es rosa y el sol dulce.
Mi santuario es de aire tibio y
silencios amables, pero no pudiste verlo, tampoco pude ver el tuyo.
Deidad marina de labios de sal, de ojos
de ámbar.
Deidad marina, esos mares profundos son
tuyos y tú sólo te jactas de pasear encima de tus aguas. Me matas.
Nos adentramos en un mar en calma,
buscábamos sin saber qué íbamos a encontrar,
Descendimos mientras nadie miraba, a
hurtadillas, cuando sólo las estrellas brillaban.
Nadamos y me pediste que me quedara
contigo para siempre. Pero no puedo.
Nuestras naturalezas, indómitas,
algunas veces coinciden.
Me gustan tus besos, acariciarte la
nuca y mirarte las constelaciones de la espalda.
Nuestras naturalezas se contradicen,
de todos modos beso tu frente,
de todos modos besas mis mejillas.
Me miras con la pasión que encierra tu majestuosidad.
Sonrío un poco, tocas mi cabello y te
tomo la mano.
En cien años nos volveremos a ver, mi
amor de espuma y rayos de sol.
En cien años, caminarás por el templo
que te construyeron, de columnas gigantes y blancas.
En cien años quizá.
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