Todo empezó el domingo por la
fiebre de la creatividad que cada fin de semana me inunda y me tumba hasta,
repito, la fiebre, en fin ese día comenzó pero se fue hasta el lunes luego al
martes, los días girando en el calendario, con todo el estrés del mundo y la
decepción de las conversaciones más triviales en el comedor del trabajo,
¡gracias clima horrible de Toluca! porque sin ti en la comida escucharíamos
únicamente cómo masticamos. A mí me gusta hablar, las buenas conversaciones y
también las risas, pero llega un momento en el que cansa, cansa lo insípido de
las personas, lo desastrozo de los intentos por revivir una conversación y
entonces simplemente metes las manos a los bolsillos y dejan las buenas
pláticas para las buenas personas.
En fin, se coló hasta esos días,
pero eso tampoco importa; el día miércoles a las siete con cuarenta salí de
casa y como era un poco tarde tomé un taxi, curioso, muy curioso en realidad,
de nuevo era el taxista de “la vez pasada”, el que se coloca dos ramitas de
alguna planta que no alcancé a distinguir en las orejas, una en la izquierda,
una en la derecha. Pues estábamos de nuevo en la mañana el taxista de aquella
vez y yo y el tráfico sobre Tollocan era
horrible, como siempre, entonces me propuso que llorara en su hombro porque
igual nos íbamos a tardar la eternidad, yo lo reconocí de inmediato, pero igual
que cuando miras la pasta de dientes que acabas de dejar destapada y finges que
eso jamás pasó y que fue inconsciente, así mismo fingí no recordarlo, pues me
dijo que iba contrariada, con mucha carga emocional, a lo que contesté que sí,
creo que no recuerdo todo pero mientras veía las puntas de los árboles del
parque me preguntó cómo iba con el novio, ¡ja! Y el taxi avanzaba lentamente.
Las personas que me conocen, las cinco
que lo hacen, saben que tengo un conflicto con las etiquetas, específicamente
por los atributos que como sociedad solemos colocar a las palabras, a algunas,
de entre las múltiples que me chocan puedo citar dos que me vienen a la mente,
la primera creo es evidente que es la palabra novio/noviazgo y la segunda que
pienso es doctor.
Cuando hacen alusión a
los doctores, inmediatamente las personas piensan en hacer reverencia a su
majestad el doctor que usa una bata blanca, un médico con una bata, todo un
cliché, me atrevo a decir aunque nací y crecí en un pueblo, todo un cliché
pueblerino, y con la palabra noviazgo, bueno, no es tan diferente,
independientemente de que las personas vivan en zonas residenciales o en casas
a lado de invernaderos, la mayoría atribuye efectos mágicos a la palabra
noviazgo, es algo así como un: dícese de la persona que a uno le pertenece
después de que le a preguntado si le gustaría que le reclamen por la libertad
la debilidad y el acto. Como sea, me reservaré para otro momento los consejos –pícaros-
que me dio el señor taxista acerca de este tema. El punto es que es muy
receptivo y estoy segura de que esconde un misticismo asombroso, él mismo me ha
dicho que soy rara, pues no sé que hizo, este tipo de situaciones me pasan a
mí, son graciosas, y al final del transcurso y de una plática muy realista y
entusiasta me aconsejó ser feliz y divertirme más, curiosísimo Marco en el
comedor un día antes me había dicho algo parecido, después me dio un abrazo y
me llené de vergüenza porque la máquina se había tragado mi dinero sin darme
los chocolates que había pedido y porque Marco notaba que estaba mal.
Pues ahí empezó todo y se pasó,
por supuesto, al día jueves, yo no lo planeaba pero terminé en Nutrisa con los coworkers, sí, incluida Esther con la
que compartí el tipo de outfit y a la que le tomé cariño desde el primer día,
porque muy a mi pesar mi corazón es muy ingenuo, después sin planearlo tampoco, en el cine con Lady
Bird.
Me gustan las películas que
tratan de la vida, rebanadas de vida o pedazos de día, los jeans que utilizamos
los miércoles, los libros que metemos en nuestra bolsa los martes, el café que
tomamos solos, las lágrimas que lloramos en el cine sin necesidad de que ningún
intruso-arruina películas te pregunte si estás bien, los calcetines que usamos
con la ropa interior en estos días de calor, las conversaciones subidas de tono,
los abrazos que damos, los pasteles de cumpleaños…
Salí de la película de nuevo
inocente, pero no del todo victoriosa, y mientras caminaba pensé en mamá, papá
y por supuesto Ale y Víctor, sobre todo en ellos, caminaba por la tienda de
videojuegos a lado de la de make up, ahora todo era clarísimo, ¡por supuesto
que sí!, ¿qué esperábamos?, ¿El amor de la vida a los diecinueve o a los
veintiuno?, ¿qué es eso del amor de la vida de lo que tanto hablan los
ancianos?, ¡pues claro que no!, tenemos veinticinco, pronto uno más, pero no
planeamos como casarnos o huir a la Habana detrás de aquel hombre de brazos
fuertes y piel morena, porque sobre todo jamás hemos querido ser débiles
margaritas, creo que esperábamos amores afrutados, fructíferos, equilibrados
pero pasionales, toda una antítesis, por supuesto que nuestros amores van a
fracasar y a florecer y en ese ciclo nos moveremos, queremos experiencias, vida
y amor.
Después vi la escalera eléctrica que
conduce a la terraza y recordé hace un año, antes de que Ale se fuera a Rusia,
nos encontrábamos en la terraza de esa plaza comercial, tomando café, en un día
de otoño, seguramente de septiembre, recuerdo que llevábamos suéteres,
chaquetas y bufandas porque hacía frío, recuerdo sus risas, sus voces, las
conversaciones que parecían fútiles y la luz, que agonizaba, naranja en sus
rostros. Fuerza de esa que es sutil y sublime, de la fuerza que te permite
aceptar que quizá estás un poco mal o muy mal, cansada, pero que poco a poco estarás
mejor, este también es un ciclo, y como
dice Víctor hay que animarnos a vivir con todo, con la brisa fresca pero también
con las gotas del huracán; y agárrate fuerte Mich, que estamos en pleno huracán
y está bien, ya verás que el huracán acomodará todo mejor. Y así empezó, pero
no sabemos cómo termine, porque las brisas y los huracanes nadie sabe cómo
terminan.