Sugerencia de lectura: Therapy de Khalid
A la more, que en realidad no es
morena pero le llaman así porque se notaba una diferencia con su hermano
rubio y su hermana del color de la nieve, las mañanas se le pasan recogiendo
sus vestidos, limpiando su habitación y regando sus plantas, haciéndose agua de
arroz con canela y cortando la fruta del huerto, las tardes cuidando los
vegetales y quitándoles las babosas que carcomen las hojas de los betabeles, las
acelgas, calabazas y sandías, las
noches… esas se le pasan lento, lentísimo, oye los grillos de las flores, el
choque de las hojas, hasta oye a su
corazón golpetear confuerza.
La primera vez que algún cretino
le partió el corazón su madre le preparó jugos de fresa, sospechando que le
faltaba azúcar, -toma niña, y le daba un beso en la frente, pero era primavera, no tenía falta
de energía tenía falta de aire fresco.
Esta vez, y con este cretino las cosas no eran diferentes, estaba tranquila, pero de repente la asaltaba un
arrepentimiento febril, una culpa luminosa, despejada por la tarde y su temperatura más baja.
Qué dichosa era la more sin ser
consciente de su maravillosa capacidad de amar, su respuesta con las personas
que amaba ante las situaciones “difíciles”, como dicen los adultos. Generalmente disfrutaba recordar de él sus labios, los abrazos, los besos, pero es primavera, todo se cura comiendo fruta, ahora la more ve su
reflejo en la laguna mientras refresca sus pies, le muerde a la rebanada de piña y el jugo se resbala en su piel, lentamente; ha dejado de sentir cosquilleos en el corazón, en el
ombligo, más abajo.
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