martes, 12 de diciembre de 2017

Cuentos mochos I

20 de noviembre de 2017




¿Te acuerdas cuando me preguntaste por el nombre de mis bisabuelos?, por fin lo sé. De mi madre son Viviana y Maximina; de mi padre María del Carmen y Trinidad. El abuelo de mi padre era de Cataluña, de ahí mi apellido… de ahí la historia.




El terror me sigue invadiendo cada vez que por algún motivo debo pasar al jardín trasero, no con la misma intensidad que al principio, pero me sigue aterrando, sabía que había algo extraño en mis primas, en la familia, en la casa, aun así a mí me ha tocado jugar el papel de espectador.


Ahora me queda una adultez cansada y melancólica, con facilidad se me amontonan las emociones en el pecho y debo contener que rueden las memorias por las mejillas, me basta con estar en cualquier habitación que esté orientada al poniente para ver la copa de los árboles y recordarla, y tener que contenerme.


Ellas vivieron en esa casa desde su nacimiento, y aunque yo llegué mucho después, crecimos juntas Daniela, Leticia y yo. Leticia era una musa, una escultura de mármol tallada delicada y grácilmente, cada gesto, cada risa eran deliciosos, liviana como los vestidos de organza que usaba, de cabello largo y castaño, joven de luz y color. Por otro lado, Daniela poseía una belleza de menor atractivo, pero un intelecto mucho más desarrollado, mujer de tez blanca y cabello risado, negro, cuerpo erguido y fuerte, risa escandalosa y la mirada de niña a pesar de poseer la sabiduría de un anciano.

Por mi parte, he sido un caos y un desastre desde mis primeros años, pero este relato no trata de mí. Cuando yo llegué  a los seis años, comenzó todo, las fui conociendo poco a poco hasta descubrir lo que ellas llamaban esto.


Crecimos como crecen las personas en ese pueblo, nos levantábamos todos los días a las seis de la mañana, íbamos al colegio con el uniforme, yo usaba el uniforme de los chicos, porque me consideraba un vaquero, y terminando las clases asistía con Daniela a la biblioteca a hacer la tarea, ella, yo no la hacía yo leía y leía y leía los volúmenes de Poe, de Becker y Quiroga. Los sábados íbamos a la panadería del pueblo a comprar el pan recién salido del horno de piedra, andábamos en bicicleta y los domingos hacíamos un picnic en los terrenos de nuestros abuelos, después de asistir a misa y recibir los tres pellizcos que también eran rutina. Hacíamos lo mismo que los demás niños, a excepción de algunas cosas que mi tía decía me hacía ver muy machorra.



La casa, era de tres pisos y un terrado, se componía de una segunda construcción en la parte trasera, la que apunta a poniente, con un estudio que tenía un escritorio grande de madera cruda, una máquina de coser, el horno de cerámica, algunos caballetes y telas. También estaba el antiguo almacén que surtía la tienda de los que fueran nuestros bisabuelos, la segunda generación que habitó esa casa. Esa habitación aun servía de despensa. El estudio tenía una ventana que daba al huerto, la última parte de la casa, un amplio espacio lleno de árboles de ciruela pasa con sus hojas guindas y sus frutos negros, peras de agua que se volvían naranjas llamaradas en otoño, higos y nogales viejos y deliciosos, algunas frambuesas, duraznos y bolas de nieve. 

sábado, 9 de diciembre de 2017

No hay armas blancas


Para leer escuchando Cocaine de Kiyo Cato




Las manos se acariciaban y solo la luz  de las seis lo veía.
Hay secretos que hubieran valido la pena jamás ser contados, una vez dichos dejan de ser.

Lo mataste.
Lo terminaste.
Sí, tú, tú lo dijiste.

Se desmoronaron los besos cuando los volviste públicos, se volvieron polvo los abrazos y el cariño que fuera legítimo se congeló; ahora seco, se desvanece para no dejar ningún recuerdo.


No hay armas blancas.


Cada palabra mencionada, cada alardeo, cada mentira, floreció para ti. De este lado las semillas se secaron.
Tú te quedas las florescencias envenenadas, a mí me desagradan las flores.


Iba a ser tu secreto más maravilloso, pero lo contaste.


Ahora queda abrir los ojos y caer en el sopor de las tardes rosas de este invierno, para, poco a poco, olvidar. 








Pic de Pinterest (https://www.pinterest.com.mx/pin/390968811380917113/) 



martes, 28 de noviembre de 2017

Invierno



Solo quiero que sepas, dentro de la amargura y melancolía de tus cuatro paredes se encierra una mujer muy bella y muy inteligente, y que a reserva de que me contradigas con algo brutal, eres casi perfecta (casi porque no reconoces tu totalidad). Te quiero desde junio y a veces me gustas, a veces te odio, pero siempre serás mi sol de invierno, Brave 2017 






¿Qué tan insoportable será el invierno de este año?, desde que cumplí once, los inviernos se han visto envueltos en una atmósfera tensa de cenas navideñas, regalos, envoltorios, dulces, adornos, sonrisas que se colocan en la cara, exclusivamente para estas fechas, luces, nacimientos y peregrinos, todos los primos riendo, todas las tías cocinando, todos los tíos con las manos en las chaquetas de pana o ante.

Yo no entiendo cómo a la gente, una vez alcanzada la “edad de la razón”, estas cosas pueden gustarle, no me molesta y lo respeto, sin embargo desde los once años, lo que más he querido en diciembre ha sido huir. Recuerdo una navidad, cuando todos estaban durmiendo, y yo me quedé frente a los ventanales del comedor de la casa materna, pensando que en un futuro pasaría la navidad sola y sin ninguna esfera ni caramelo que pudiera recordármela. Sola viendo las estrellas y sintiendo el frío en la nariz, como esa noche, sin sentir que me asfixio pensando en mi acreditación yellow belt, el vestido de fin de año (que aún no termino y cuya fiesta es en dos semanas), las citas que tengo para ver a los amigos que ya hace tiempo no veo, el proyecto de los vestidos que tengo pospuesto, en los horrores que hice en el otoño (este año), pensando en los trámites de vacaciones y de proyectos que deben efectuarse antes de cierre de año, o sin sentir el desenamoramiento que duele más que el enamoramiento… sin sentir esta adultez pesada y fastidiosa de hacer la despensa y ver el paisaje del invierno que se acerca, seco, con el sol de Toluca que quema y que hiere los sentimientos.


Bueno, tantas cosas, el invierno me agrada por ese paisaje tostado y límpido, que te abraza diciéndote que todo estará bien, que tú estarás bien, es como desfasarte y protegerte a ti mismo con una versión tuya más capaz que tú, que deja dentro esa pequeña frambuesa dulce y tierna que eres.


Menciono que hasta los once años me alcanzó la ansiedad decembrina porque antes de esto no fue así, recuerdo las navidades no con el esplendor de la señora de Mellyn, pero sí con el cariño de una infancia coronada con toda la imaginación que me ha caracterizado desde siempre, en la casa de la tía Nena, con el jérsey más raro y más divertido… la trenza sencilla a media espalda y los ojos llenos de luz, las caricaturas de un cartoon que me conmueve al llanto y la caja de crayolas y colores para hacer las cartas de navidad, en el sillón con la ventana apuntando al floripondio color rosa y el patio inundado de sol invernal y un montón de gatitos blancos con ojos azules, con Mar era otra cosa, por supuesto no me hago responsable de sus impresiones, probablemente en ese momento ella ya estaba perfumada, con el cabello rizado y usando ese vestido verde esmeralda con bonotes de perlas que usó Andrea aquel verano en el que se resbaló y se mojó en la calle del pueblo… no sé.


La casa de la abuela materna también sirvió de escenario en estas fechas, las reuniones de toda la familia, los platillos, las risas y licores… ugh, todo ahora me parece insoportable, ¿habrá influido que mis regalos de intercambio nunca me gustaran?, no sé.


La casa de la Chinchana, la otra abuela, también… sí, también me trae recuerdos, el primo aquel con el que apostaba que me comería el mundo, haciendo travesuras, cantando a medias en las posadas, porque nadie me pellizcaba como en la familia materna, y estaba extrañamente consentida por algunas de mis tías, cosa que tampoco pasaba en la otra familia donde los querubines lo son por su belleza y bueno, yo claramente no era uno de esos ángeles regordetes, sin embargo en la familia paterna, a pesar de todo lo malo que puede tener, parece que se adivinara una especie de autenticidad en las personas, salvo con los chicos porque suelen alabar a los niños, sin embargo aquí a pesar de la belleza y el carisma de mis hermanos, he podido defenderme.

Pero, este año, lejos de la casa materna, ¿qué tan insoportable será el invierno?, me desmoronaré, seguramente, pero no creo que por las mismas cosas, esta vez me llena de hastío y amarga tristeza la soledad de comer y hacer la despensa, ¿debo comprar pop-tarts de fresa o mejor bisquets de chocolate, puedo comprar vino blanco, le llamo a Mar para que coma conmigo, cancelo todos eso almuerzos con las personas a las que por alguna extraña razón les gusto, por qué Rafael jamás me volvió a hablar, que yo lo haga resultaría ridiculísimo?


El otoño se despide con su halo de “cosas raras que pasan en octubre y noviembre”, lecciones aprendidas en cuestiones sentimentales que más bien diría sentimentaloides, me sigo sintiendo rara de vivir sola y creo que en invierno hasta el aire me va a doler, y ¿por qué en Toluca muchas personas descuidan sus sábilas y dejan que les salgan esas feas flores naranjas?

Yo de momento renuncio a tomar café con cualquier persona que me asegure que le gusto locamente, no porque no le crea, no solo por eso, aunque tampoco soy tan imbécil, creo que estoy fastidiada de las personas aburridas, correctas, correctísimas pero aburridas, de esas ganas de querer hacer daño, de matar el tiempo…

Siempre he preferido a mis amigos y seres queridos, pero a los de verdad queridos, y ahora, con esta sinceridad que he ganado, hacia mí misma, aunque de vez en cuando lastime a algún dependiente emocional, quiero seguir conociendo personas, pero esas de las que aprendes, a las que puedes llegar a querer, sin que te gusten.



Quiero un compañero/a de viaje con quien platicar de nimiedades que se convierten en la parte medular de la vida, el perfil iluminado por el sol de la tarde, el color del cielo, la frase que resonó del libro que lees, el viento, las flores pequeñas de los campos de maíz, la tierra, los árboles, el frasco de mermelada… quiero platicar y querer de eso modo fraternal, ¿dónde está la gente que no está vacía? Porque de pedas, de escuchar cómo critican a los compañeros de secundaria, y de los crushes de tinder, música fea, películas comerciales y de NADA, ya me harté…de comer pretzels mientras pienso que le fallo a mamá.




Me tranquiliza hablar con Ale y Víctor y este querer de tantos años,  salir con Sandy y Perlita, sentir su cariño, hablar con Porras, admirarlo y también, querernos. 




A Bravo, mi primo perdido, por ser una pared amarilla, hermosa e iluminada por el sol, una pared hermosa en el verano.  







sábado, 18 de noviembre de 2017

Tutti frutti

Para leerse con Cherry Cola de Jon Kuwada 







La chula juguetea con los corazones, los inocentes y los que no son tanto, los toma en sus manos, los besa, los acaricia y después los come… yumi.

Los muerde lentamente, cerrando los ojos y sintiendo con placer la sístole y diástole. Bum, bum, bum.

Después todo el caramelo inunda sus papilas gustativas egoístas. El caramelo recorre cada florescencia y no puedes evitar admirar las venitas azules de sus párpados cerrados, mientras te descorazona.


Mientras te descorazona disfrutas el daño, disfrutas ver sus labios rosas mordiendo y nutriéndose con ese amor que te causa estremecimientos. ¡Si no respiras, te desmayas!

Ves el lunar en su mejilla, más abajo el lunar en su cuello, un poco a la izquierda el  lunar en su hombro, cada uno de ellos invitándote a ser tocado con esa boca tuya que empezó jugando y terminó por ceder y ofrecer tus latidos a cambio de un segundo más. Sientes su respiración cerca, tan cerca de ti, su risa de arcoíris diciéndote que si se lo permites, te  va a destrozar, aceptas porque no puedes existir de otro modo. Aceptas, ush… qué falta de firmeza.

Cierras los ojos, y ese cuerpo de marfil, juguetón y travieso, se acerca. El niño chiquito y bonito, el señor de los anillos, el tonto y loco, el lame platos y el mata piojos, ¿qué?, le preguntas, ella te susurra eso mientras le tocas las puntas de los dedos.

La cadera -la tarde se vuelve de toronja-, la cintura –tu empiezas a florecer-, la acercas a ti en un intento de no perderla, de sentirla, de tenerla, pero sabes que es como esos colores que se ven en la blanca pared de la habitación, no puedes poseerla y cuando el sol deje de entrar por esa ventana, como el espectro visible, ella se habrá ido y te quedarán sus labios con sabor a coco-vainilla y una risa burlona. Ilusiones cariño, ilusiones y tú.


La acercas a ti, suena el tránsito de la ciudad.

La acercas a ti, más, qué tarde tan calurosa, aunque es otoño.

El velvet del vestido.

El aroma a bombones.

Los labios que se acercan sin besarte.

Un cerezo de dolor brota en ti, una florecita blanca, otra, otra.


El velvet del vestido, un holán, el plise… el dobladillo, una costura.


Una costura, el dobladillo, la pretina… el short… el ombligo.



She´s your cherry cola



En la pared, tu sombra y un agujero, ligeramente a la izquierda de tu pecho, por donde se filtra la luz turbia de la tarde. Piña para la niña y el pecho agujerado para el enamorado.

Sus ojos de avellana en la ventana. Mirada serena, piel de azúcar morena antes del beso, piel de caramelo después del sol.

Con el dedo anular se limpia de la comisura de los labios el néctar de tu corazón que le ha ensuciado un poco. Y miras como lo acerca a su boca, es que eres tan dulce, que no se puede desperdiciar nada.



¿Qué es el amor?, ¿en qué color de celofán viene envuelto?, ¿a qué sabe?, ¿puedes hacer origami con él o debes guardarlo en esa caja de “cosas para recordar”?, ¿se lo puedes contar a tus amigos o es un secreto?, ¿viene con relleno de fresa?, ¿se toma con leche fría o chocolatada?



Se acomoda la última horquilla y el holán del vestido. Te sonríe.


Se va


Esta menina te deja la bubble gum de tutti frutti, el amor y se va.


Il. de MOON BACON


domingo, 12 de noviembre de 2017

Las mariposas nacen en septiembre, los alebrijes llegan en noviembre



 Para leerse escuchando Piece of you de The Two (https://open.spotify.com/track/7qwyEwE87HFuq1UklkSb2R) 







Esta noche me abro el vientre con el pequeño puñal de la sinceridad para que las mariposas blancas y las libélulas, que tengo y son tuyas, sean libres, que vuelen sin garantía de retorno y sientan en la fría noche, los pesares, sinsabores y dolor; no es malo, es la vida.


Que al final, los argumentos buenos y malos pueden quedarse cada uno en su lado del juzgado, todos válidos, la que importa siempre estará en medio, yo.


Aquí termina el suspiro, apenas haciéndole honor a su nombre, fuimos  un parpadeo de miel, una efímera.


Me guardo la maravilla de lo inesperado, un enamoramiento de otoño, un montón de besos, las ojeras de lecturas nocturnas y sus pestañas.


Me quedo el fulgor de las estrellas, las tres hojas de Jacinta, mi corazón (una pizca más valiente) y una lealtad a mí misma que me obligará a ser fuerte.

Dos libros robados y un inicio. 


Se van las frágiles mariposas y las libélulas y me quedo mi sonrisa de marfil, mi corazón renovado con estos alebrijes  de alas coloridas, traviesos, libres y miríficos. 

Mi corazón que tiene que ser valiente y mis ojos que ya no podrás ver, iluminados por las tardes de noviembre, también, también me los quedo.




domingo, 5 de noviembre de 2017

Carta de un Delfino, olvidada en un libro de café

Para leer escuchando Cool with you de Her´s








Muero por ti, mujer.


Eres el demonio que se ha apropiado de mi cuerpo y desconozco tu nombre, es todo lo que quiero, es todo a lo que aspiro, a saber tu nombre, pronunciarlo y terminar con esta fiebre y este dolor.


Vi correr tu virginidad entre las sábanas de una habitación blanca, desde entonces esta parte de mi cuerpo ya no es de mi jurisdicción, toda la luz, las estrellas y los sinsabores son tuyos y no me pertenecen.


Vi la luz que se esconde bajo tu falda, probé la fruta envenenada de tus labios, y mi mente se volvió organdí que voló con el viento.


Vi la maldad en tus ojos y tus verdes hojas crecer, el rocío de la mañana descomponiendo la luz y tu cuerpo acercándose a mí, lentamente, para robar el beso que después habría de pagar con la escasa cordura que me quedaba.


Sé que soy un mal amante por querer saber tu nombre.

Me encantas en la mañana y en la noche, aunque este amor se vuelva insoportable.

Necesito tu cintura, levantar tu falda, tocar tu cabello, sentir cerca ese aroma a vainilla y bombones, besar tus labios traidores que no me pueden querer y a los que les basta un fin de semana lejos para poderme olvidar.


Necesito tu mirada inquisidora, tus rarezas y tu risa de estrella, de luz, de sol, mía, niña. 




Ill by Carla Cascales 

jueves, 26 de octubre de 2017

El sol naranja de octubre

Para leerse sin música



Terminar de leer un libro, Marie, inevitablemente me conmueve al llanto, como si después de él la vida no existiera, he llorado con todos, las lágrimas se acumulan y ruedan por las mejillas, con la misma naturalidad que a mi Jacinta le brotan hojas nuevas; esta vez fue El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel, y el desamparo en que me encuentro me recuerda aquellos que fueran amigos míos y que por alguna razón han tenido (o querido) alejarse.

No puedo decir que este sea el momento más feliz o más estable, vivir solo es un verdadero fastidio, no porque me moleste la soledad, en realidad la disfruto, y me siento menos sola escuchando a Nancy comer uno de los caramelos que le regalé del intercambio de dulces de la empresa que estando en casa con mi familia, o con mis amigos, casi siempre tríos en los que no termino de encajar, pero es un fastidio, todo lo que actualmente pasa es ridículo y aburrido; yo no digo groserías, pero “el sistema” (cuatro señoras conservadoras y difíciles de la empresa), mi falta de cariño hacia ciertas personas, mi familia que ahora está un poco lejos, mis amigos de quien me siento distante, este cansancio de hace diez años, la risa de la gente sosa, las playlist que han repetido desde hace tres semanas, sin variar una canción, y la sarta de conversaciones no transcendentales me hacen recordar a Porras (aunque él no se acuerde de mí), y su: la gente pendeja.

En este momento de alienación en el que cada día que estoy por meterme a la cama siento como si estuviera en un hotel, de vacaciones, Nettel ha llegado, no como quien se acerca a darte un abrazo o un beso, no como mamá, ha  llegado como quien se sienta a tu lado en estas tardes naranjas e insoportables de otoño, a acompañarte, sin decir una palabra, sin consejos, sin pretensiones, solo a ayudar a quitar la maleza para esclarecer el asunto… la vida, la mía.

Esta entrada iba a ser de la pesadilla que tuve a las cuatro de la mañana con cuatro minutos acerca de mi hermana y su miedo a un “algo desconocido” en la oscuridad, como soy muy dramática y gusto de ver todo en donde no hay nada, le escribí a esa hora diciéndole con detalle el sueño, también le decía que  podía contar conmigo y que aunque no éramos muy cercanas, podíamos platicar cuando quisiera, por otro lado puesto que jamás lo habíamos hecho, le escribí que no se lo solicitaba, no lo habíamos hecho nunca y no empezaríamos ahora si ella no quería, me respondió a las cinco de la mañana con cinco minutos y eso para mí fue una inevitable buena señal que a las siete de la noche se volvió una mofa de mi cariño (ya muy maltratado, pero siempre vigente) hacia ella, y como siempre, me sentí ridícula y sentimental.

Esta entrada no la tenía pensada y agradezco las burlas, las percepciones, y toda la hostilidad industrial que me llevó a sentir y a escribirla, agradezco infinitamente que Ale y Víc sean de mis amigos más entrañables y que Víctor me prestara este libro, que sí, voy a comprar y sí, es de mis favoritos.

Puse el celular en modo avión porque terminar un libro me parece un acto de amor y atención total, y era momento de liberar algunas sensaciones inentendibles por medio del agua. Así todo se quedó de lado en este momento, los cariños no correspondidos, y los que no voy a poder corresponder jamás, la felicidad y salud que mi madre me obliga a expresar tengo o voy a trabajar para tener (amo a mamá  pero no me gusta no gustarle), la fuerza que Sandy quiere que tenga, el ánimo feliz que mi jefe me dice me caracteriza y últimamente “estoy perdiendo”, mi desencanto de los veintes y de las personas, mi incompetencia, esos te quiero que me exigen y que para nada logro sentir; solo quedamos Nettel, su estirpe guerrera de trilobites y yo.

Por primera vez en mi vida acepto, gustosa, el hecho de ser un outsider, como le dije a Carlos entre semana, y parte de este octubre es tomar como punto de partida este hecho ajeno a mí, pues a diferencia de las amazonas y damiselas maternas, yo soy un alien, y bueno… eso es maravilloso. Me quedo la empatía literaria, la complicidad en mi bolsa todos los días a lado de mi emulsión de Scott y las lecturas de la mañana, esa primera cita de la página 95, que tuve que compartir  con mis amigos los amorosos (Ale y Víc), de la infelicidad que exuda el cuerpo y que las demás personas intuyen, por tanto se alejan, porque a nadie le gusta la gente melancólica, el subrayar la excentricidad para que esta no se vuelva una cuestión involuntaria, si no asumirla como una demostración de fuerza.


No habrá una metamorfosis milagrosa, y acepto que Cuasimodo siempre me pareció más hermoso que la gitana, de todos modos, todavía tengo las emociones y las palabras hechas bolas en el pecho y en los dedos, pero ahora esta habitación no me parece tan triste, ni mis libros acomodados en la mesa y se me ocurre que la siguiente conversación con Víctor va a ser deliciosa.





martes, 10 de octubre de 2017

La casa de la abuela de Javo

Para leerse con: El último café de Roberto Goyeneche,  canción sugerida por Javier Macías (nicefkngcovers)





Te escribo estas líneas en mi habitación porque la compañía me resulta aburrida, las mujeres de afuera, todas ninfas hermosas que le siguen rindiendo homenaje a los genes de las generaciones pasadas, platican de anécdotas familiares que  la mayoría de los esposos desconocen, aún así todos ríen, yo las amo a todas, pero lo hago por el pasado que tuvimos juntas, porque las admiré, porque viví con ellas y con ellas crecí, sin embargo llegada esa edad de las cosquillas en el vientre (y para muchos otros, más abajo), nuestras vidas se separaron y a cambio de las risas infantiles que fueron engendradas en sus sanos, y seguramente, preciosos úteros, se secaron y ahora son hermosas mujeres y ya. Venus, me atormenta tanta belleza tuya en este cuerpo de mármol que apenas se calienta con los rayos intensos de Apolo, qué puedo hacer si eres de piedra, qué, sino rendirte mi ofrenda recordando que alguna vez tus mejillas eran rosas y eras pensante.

Los cuellos de las camisas, los bebés, ¡ay esas pequeñas vidas preciosas por las que las de ellas valen la pena!, la mejor manera de cocinar pollo, los chismes de las primas lejanas y sus amantes, licores, experiencias, hay varios temas en la mesa y ninguno se queda en mis manos. Ninguno, sólo el aburrimiento de ellas y de la conversación, muerta.

Intento despedirme de estas escandalosas porque me desespero y el tiempo que hemos platicado creo, ha sido suficiente. Recuerdo que olvidé mi gabardina y es mi favorita, pero ahorita hace frío y puedo prescindir de ella.

 Antes, quiero decirte que la única cosa que me quedo es el recuerdo de la casa de su abuela. Yo estuve  en la fiesta sin estar, como siempre, con los sentimientos escandalizados porque esta casa vieja tiene algo que te entra por los poros y te inspira a guardar silencio, cerrar los ojos y hacer alguna promesa estúpida pero sublime. La habitación donde colocamos las cosas tiene dos camas, si te sientas en la que está próxima a la ventana, y te abrochas las agujetas en dirección a la puerta, verás que la colcha de la cama de enfrente es de un rosa pastel  añejo con rosas y sus hojas verdes bordadas, sí, con ese bordado que hacían las mujeres de cuyas vidas nos quedan fotografías viejas en sepia, no sus nombres, porque ya ningún integrante de la familia lo sabe, sólo las fotografías. Yo por supuesto no me atrevo siquiera a pensar uno para llamarle de algún modo. Son la abuela y la bisabuela, con sus historias que se murieron con ellas.

Y en esta casa la luz es diferente, las plantas crecen caprichosas escondiendo secretos, el patio, desafiante te invita a contemplar su color ladrillo, el cielo de Toluca se nubla y deja ver sus colores blancos, azules y la gama de gris. La cortina de la habitación turquesa se mece con la corriente que seguramente se escapa de alguna rendija de la ventana, cortina larga y porosa, blanca con polka dot de tonos pastel, la casa completa susurra; yo no entiendo porque esta casa no es mía y no me liga nada a ella. Aunque puedo jactarme de notar su peculiaridad y su atmósfera de realismo mágico.

Y quizá se queden todos los recuerdos y las complicidades entre la humedad de las paredes, asomando la nariz en las cortinas de las ventanas que dan al patio, esperando al otro lado de la terraza al aire libre, pero no importa, estas son las cosas que a nadie le importan, por eso la luz ilumina distinto esta casa.

Y ya, te escribo estas líneas en mi habitación con la estrella fugaz de lado derecho, junto a la escultura griega y el jarrón de flores que mamá insiste en poner siempre a sabiendas de que no me gustan las rosas, y te prometo que entre las mujeres secas que platican en el comedor, esperando a escondidas que les presente al “amor de mi vida” (como si sólo hubiera uno) y esta conversación de cáscaras de nuez que no sirve de nada y no lleva a ningún lado, mi café cortado es delicioso.


Yo, hoy, puedo regalar la luz que reposa en el mantel de líneas blancas y azules, nada más que luz y un adiós legítimo.


Ilustración sugerida por Javier Macías

jueves, 5 de octubre de 2017

05 de octubre





Estás en cada color, en los amarillos y los verdes con tu sabor a cardamomo y tus labios de mango.
En los azules, morados y magentas de las moras de tus sentimientos más arrebatadores, de tus caprichos y las emociones que te golpean cada tarde.
En el rosa, fresas y cerezas de tu ingenua mente, de tus dulces besos.
En el naranja de la mandarina y en el rojo de las grosellas.

El amor se mutila por estúpido, porque deja de sorprender y a nadie le gusta la gente triste.
El amor  se vuelve un desastre de colores lechosos, de una belleza insoportable, que debe morir.
Al amor se le escapan los aromas, las tonalidades, los besos y todas las tristezas.

Fuiste creada con la arcilla de la debilidad y cocida con el calor del horno de los patrones de tus ancestros.
Mujer de triángulos fértiles

De pensamientos erráticos y controversias

Mujer de días cansados y cabello oscuro

Viene el otoño que tanto te preocupa…




domingo, 1 de octubre de 2017

No te llamas como dices

Para leerse con Faculty of Fears de Lightspeed Champion




Chula, ¿no decías que te valía madres y que te amabas y que no estabas seduciendo a Carlos? Es que estoy fumando y te veo ahí sentada en crisis porque una persona te llama mentirosa, ¿pues no que no mentías?, me encantas mientras te miro los lunares, las lunas y los ojos. Mentirosa.

¿En el estómago? Mi amor, la crisis, el ácido clorhídrico burbujeante, antídoto de las mariposas o esos bugs que te salen en el vientre, hasta dudo que te llames como dices, tiemblas y haces memoria de cada acto... y sí, qué más da, colocar un manto de seda a la escultura desnuda de mármol no te quita la certeza de su desnudez. Sí, eres una mentirosa, y es la primera vez que lo aceptas, ya dilo,  así como te las arreglas con los: me gustas, ahora sé el vaquero que presumes ser (porque aparte de mentirosa, eres un fantoche, el mejor fantoche, dice Axel…) y dilo.

En medio de la crisis de los 20´s, o tu montón de pretextos, toda la tristeza y ansiedad contra la que lidias, creíste que el cariño te podía hacer fuerte, y te vi intentarlo, llorar en las noches por el cansancio y la frustración de los días comunes, queriendo atacar esta enredadera por las flores, no por la raíz.

Y mentiste con dolo, sabiendo desde el principio que no ibas a poder, así seguiste, así dijiste nos vemos la siguiente semana, y aunque tenías en mente que la siguiente semana llegara, ya no pudiste.

Eso en la historia de todos ellos. En la tuya cariño, te me antojas una mujer valiente, tu estupidez coronada con flores es un acto de sinceridad; cuando todo señala que ellos son "el indicado", con quien debes estar y que si dices que no, te vas a equivocar, cuando esto pasa, a sabiendas de toda la insanidad, decides terminar con las rosas, las hojas, las ramas y las raíces.

Mentirosa, deliciosa, fruta.
Me encanta tu piel de canela y chocolate que confunden con leche y azúcar, tus labios de durazno que mienten, que mienten pero no se mienten. Qué bueno que aceptas la verdad.

Mentirosa. Maldita, contigo nunca se sabe si estás mentando la madre o seduciendo, ya lo decía Carlos, y en efecto, contigo nadie sabe; tú sí, mi querida, tú lo sabes, sé valiente.


Después de la crisis, nada importa, lo único que quieres es tomar un baño de leche tibia, flores y azúcar, y hundirte en el sopor del vapor endulzado; es que todos los zapatos son incómodos, los vestidos, inapropiados, los enamoramientos, complicados, y a ti los conflictos no te van.







Ill. by Sara Herranz 

sábado, 19 de agosto de 2017

El clima insoportable de Toluca


 Para leerse con Feel It Still de Portugal. The Man




Antes del té verde

A las tres de la tarde me odio por elegir el atuendo más inadecuado (como todo, como siempre), a esta hora pienso ese montón de cosas feas, primero, la más frecuente y legítima: me detesto, a pesar de que me fascino conmigo misma, me detesto, qué ganas de disolverme con el aire... Ay clima odioso de Toluca.

¿Qué más estoy pensando? Futilidades, claro. La incomodidad de la ropa, los jeans, el jérsey azul de angora y cuello de tortuga, inmenso: ningún lunar al descubierto, ningún encaje visible, los botines bajos, cómodos pero incómodos, cincuenta vestidos y todos me dan ganas de sangrar y morir; creo que es parte de la adultez, ¿no?, querer estar en ropa interior todo el día, acariciando los pensamientos que se resbalan lentamente por la blanca habitación con aroma a rosas, porque mamá siempre me deja flores en la mesa, flores y chocolates.

¿La persona a la que más, más quiero?, esa es fácil, es mamá; después me encargo de aislar los sentimientos que tengo por cada persona que llegó a la carpeta de "CONFLICTO", ¿Carlos me gusta?, sí, me gusta; ¿Edgardo?, uhm, también, ¿Javier?, sí, creo que sí, todos me gustan, me gustan como me gusta el helado de grosella, como a todos les gusta, aunque el que me encanta es de pistacho (entiéndase que el “él” de labios de pistacho… no es fácil de conseguir), ahora que todos están puestos en el anaquel de los "sentimientos", cada uno en su sitio con las etiquetas de enamoramiento correspondientes... ¿Por qué quiero un gato?, lo va a cuidar Jimbo o qué.

Después del té verde

Es increíble que existan personas a las que sus abuelas les compran blueberries para congelarlos y comerlos a cucharadas, el mismo que saca a pasear a Kita con audífonos, el mismo que escucha Errol Garner. La misma persona que ahora sólo va a Tenancingo una vez a la semana. El Haro de un agosto de casas amarillas y jacarandas.

Le quito el celofán al libro del curso de Jimbo, El llano en llamas, y ahora cada palabra de Rulfo me recuerda a ti, siento como si tú narraras las historias, con tu acento de Michoacán y todo, me respondes que Rulfo patentó la depresión, la depresión tropical. No sé, a mí me gusta sentir como si tú leyeras el libro.


En el ponche de frutas

El universo nace a partir de ti
Con los perfumes de tu vientre
En tu ombligo, origen, piel de miel y leche
Ese es el sitio donde se guarda la semilla
Se caen los pétalos y en esa bolita están las que mañana serán tus estrellas



Nada me importa, lo único que quiero es tomar un baño de leche tibia, flores y azúcar, escuchar un jazz de Parker y hundirme en el sopor del vapor endulzado; es que todos los zapatos son incómodos, los vestidos, inapropiados, los enamoramientos, incómodos, y a mí el calor no me va.



Ill. de EriCKa Lugo