Para leer escuchando Cocaine de Kiyo Cato
Las manos se acariciaban y solo
la luz de las seis lo veía.
Hay secretos que hubieran valido
la pena jamás ser contados, una vez dichos dejan de ser.
Lo mataste.
Lo terminaste.
Sí, tú, tú lo dijiste.
Se desmoronaron los besos cuando
los volviste públicos, se volvieron polvo los abrazos y el cariño que fuera
legítimo se congeló; ahora seco, se desvanece para no dejar ningún recuerdo.
No hay armas blancas.
Cada palabra mencionada, cada alardeo,
cada mentira, floreció para ti. De este lado las semillas se secaron.
Tú te quedas las florescencias
envenenadas, a mí me desagradan las flores.
Iba a ser tu secreto más
maravilloso, pero lo contaste.
Ahora queda abrir los ojos y caer
en el sopor de las tardes rosas de este invierno, para, poco a poco, olvidar.
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