sábado, 9 de diciembre de 2017

No hay armas blancas


Para leer escuchando Cocaine de Kiyo Cato




Las manos se acariciaban y solo la luz  de las seis lo veía.
Hay secretos que hubieran valido la pena jamás ser contados, una vez dichos dejan de ser.

Lo mataste.
Lo terminaste.
Sí, tú, tú lo dijiste.

Se desmoronaron los besos cuando los volviste públicos, se volvieron polvo los abrazos y el cariño que fuera legítimo se congeló; ahora seco, se desvanece para no dejar ningún recuerdo.


No hay armas blancas.


Cada palabra mencionada, cada alardeo, cada mentira, floreció para ti. De este lado las semillas se secaron.
Tú te quedas las florescencias envenenadas, a mí me desagradan las flores.


Iba a ser tu secreto más maravilloso, pero lo contaste.


Ahora queda abrir los ojos y caer en el sopor de las tardes rosas de este invierno, para, poco a poco, olvidar. 








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