martes, 13 de agosto de 2019

La inmensidad








El cielo tiene nubes de distintos colores, están las relucientes y blancas, magníficas vírgenes que desaprueban la vida lejos del mar. Es que el mar es todo, Marie, el mar lo es todo.


Están las oscuras que difuminan su propia forma delante de las blancas; precisa es su existencia para enriquecer las posibilidades y las emociones del cielo. Caos, melancolía, la presencia regia de la tragedia, sin reinar realmente, pero estando, por estar, por ser.


Las doradas y naranjas, tan cercanas a Apolo, las piadosas, porque han conocido el dolor humano, la tragedia y el sufrimiento de las almas que se desgarran en un día precioso, en una noche oscura, sin esperanza.


Las rosas, de ensueño, de lo que ha dejado de ser, rosa imposibilidad, risas que no fueron, besos que no se dieron, rosa de las lágrimas que quedan, rosa de la esperanza y el eterno dolor.


Cielo, cielo, tan extenso, te miro en tu inmensidad, porque no hay antípodas, ni izquierda, ni bóvedas, te miro en la hermosura del cénit más inocente, más trágico. Tus nubes presencian todo, ven cómo vive, cómo ríe, cómo respira.

Cielo, te miro y siento tu grandeza en mis párpados, en mi pecho en el cabello que despeinas.

Cielo, mi cielo, en la eternidad, resonando.

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