No hay piedad en esta lejanía,
cimentada en el poder de los adioses,
en las voces que rehuyen,
en las eternidades impuestas.
Imagino las manos que ahora te tocan,
y los ojos que ahora te aman,
todos los besos que nunca serán míos.
Te fuiste como se van las grandes cosas,
cuando dejan de serlo:
entre el bullicio del día,
en la cotidianidad de los lunes.
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