Todos los cumpleaños que
recuerdo que disfruté fueron los que tuve cuando era niña, ahora me causa una
ansiedad asfixiante ser el “centro de atención por un día”, sin embargo este
año me sugerí no estresarme tanto con esto y puedo decir:
Un cumpleaños está hecho
del abrazo materno que se da antes de que el sol aparezca, antes de tomar el
desayuno, de My Boys de Friska Viljor y de globos azules, morados, verdes,
rojos y rosas que la dulce Liz se encargó de colocar muy temprano; de pastel de
calabaza con canela, receta curiosa de una persona igualmente curiosa, de las
felicitaciones de Ana Banana, Perlita y Sandy.
De la lluvia y el ajetreo
citadinos, -¡feliz cumpleaños boba!-, pensé cuando casi me moja un auto (pero
como era mi “día especial” tuve la
fortuna de no mojarme).
De un recorrido solitario por
el pueblo en el que pasé los veranos y los otoños de mi infancia, de su sonido
de campo húmedo, árboles frutales, maíz que comienza a crecer y esos pájaros
que cantan maravillados de la vida, este clima nublado y una pizca de esperanza
en el estómago.
Del vestido azul que le
gustó a Pau y a Lan.
De llaves con olor a dulce
y de Alan que reconoce el perfume de las personas.
De las felicitaciones
bonitas de las personas que quieres (Fer, Tomate, Víc, Ale, Hermes, Pily, etc.),
pastel de frambuesa y chocolate, inicio de conversaciones, pretextos, coqueteos
y confesiones que se vuelven de papel y, con el viento de mayo, se van.
De esta taza de café y la
espera antes de la cena familiar…
De la visita de Dani, la
esperanza, la frescura y el cariño renovados.
Y algunas veces es divertido dejar de ser Grinchelle y aceptar que, en secreto, te gusta un poquito tu cumpleaños, la navidad y la persona que no debería...
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