lunes, 22 de mayo de 2017

Cosas de todos los días


Se te va a salir el corazón del pecho, se te va a caer la mirada y, de nuevo, te sumirás en ese mal generalizado. 

Lo extrañas

Nacieron para coincidir y fracasar cualquier cercanía, para frustrar los besos, que nunca se dieron y los que nunca se darán. 

Están destinados a la unidad de apenas tres meses y a la inevitable separación, así es, así tiene que ser. 

Lo odias.

Las tardes y las noches están hechas de silencios, de los cuerpos que se juntan un poco, sospechando del amor del otro, de miradas que quieren contenerlo todo y de dolores de cabeza. 

Lo llevas en el pecho cuando el sol llena de colores el poniente, y en las noches con el más triste de los verdes. 

Lo llevas en la nuca, para que nadie se de cuenta.

Ni tu madre, ni tus amigos, tampoco tu hermana lo entienden, es un déficit de vitamina B, de baños de sol, es una desnutrición o un aburrimiento.
No, es el odio, porque también lo detestas. 
Y es el cariño que sientes por él, sin saber por qué, desinteresado, límpido, nostálgico, que te llevan por las crestas y los valles de la felicidad y la tristeza. 

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