lunes, 22 de octubre de 2018

Fernando

Para leerse con tedio, un poco de mareo, el cabello desaliñado y cuatro bostezos, escrito a principios de febrero.











Al misterio de los días pasados terminaste rindiéndote en fotografías en blanco y negro, primero una mano, después un ojo, tu perfil, el rostro y de cuerpo completo.

Tú, presencia inorgánica, no comes, no bebes, te alimentas de luz y del whisky de las noches, de tu jazz y de las curvas más inenarrables, por hermosas, por idiotas, las más inenarrables.

A tu silencio y a la necesidad vergonzosa de ti, te doblegaste, después de tantos años, te rendiste, una bandera blanca que no vale las líneas que te escribo, que no valió los dolores que me sembré en el vientre, que no vale ninguna de tus miradas a destiempo. Eres la fruta resagada que madura no quiso ser besada; que pasada, clama por los besos de ayer.

Las sutilezas de esta mente, juguetona, pero no caprichosa, te recordaron glorias pasadas de las que creías ser soberano, sin notar que era la inocencia de ese amor afrutado la que te coronaba.

Y regresas, como de costumbre, cuando es tu temporada, cuando detrás de tantos ensayos y trabajo el vacío te consume, regresas en frases cortadas, pronunciando las tres letras de mi nombre esperando que el hechizo sea efectivo. Regresas como en el principio, como siempre, inmutable, permanente y el dolor de cabeza nace de ti, nace por ti, tan común, tan natural, tan estático.

Y lo que fuera el más grande de los sabores se volvió amargo color, y luego tedio, ahora olvido, y me entristece, tu mirada de marmol, perfecta, lejana, ignorante.

Ya no te respondo porque pasaste hace cuatro años y hoy ya no te veo, ya no te escucho, ya no te quiero.






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