domingo, 25 de noviembre de 2018

Manuel









Para cuando pierdas el apetito voltearás a ver tus manos y verás que tiemblas, tus cabellos se habrán vuelto del color de la ceniza, también tus sentimientos, tu color y yo no seré jamás el mismo.


Para cuando pierdas las sonrisas y la familia y tus colegas te dejen despejada alguna tarde te vas a acordar de mí sin remedio y voltearás a ver las cartas, los libros, los garabatos que te dejé y sabrás que yo ya he terminado en tu vida.


Hoy me molesta y me desequilibra cuando sorbes el café de modo tan imbécil, como si nada, cómo vives tan tranquilamente, tan feliz, pero para el otoño dentro de dos años, tómate una bebida caliente a mi salud si te acuerdas de mí, que a quien le va a molestar entonces será a ti y sospecho que de por vida.


Ay Manuel, existiendo tantos que quieren ser queridos y tantos que quieren querer, tuviste que llegar tú, que te ahogas por mí, tan dulce, tan infeliz pero sobre todo, tan cobarde, porque también hay que ser valiente para decir “no te quiero”, “estoy jugando contigo”.


Para cuando se te pase la dosis de narcisismo voltearás al pasado y tú mismo te convertirás en piedra mentirosa Medusa, nosotros fuimos amigos, pero no lo seremos más, ni amigos, ni colegas ni recuerdo, ni nada. Nada, nada. Tú toma tu café hoy, vive la vida y despreocúpate, voltéame a ver con esa cara de indiferencia y lástima, miéntete pensando que tienes el control.


Fui testigo del frenesí de un verano confuso e indeciso.
Fui testigo de que hiciste todo por separarnos.
Soy testigo de mí, a través del otoño, esperando, tranquilo, el invierno.








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