Para cuando pierdas el apetito
voltearás a ver tus manos y verás que tiemblas, tus cabellos se habrán vuelto
del color de la ceniza, también tus sentimientos, tu color y yo no seré jamás
el mismo.
Para cuando pierdas las sonrisas y la
familia y tus colegas te dejen despejada alguna tarde te vas a acordar de mí
sin remedio y voltearás a ver las cartas, los libros, los garabatos que te dejé
y sabrás que yo ya he terminado en tu vida.
Hoy me molesta y me desequilibra cuando
sorbes el café de modo tan imbécil, como si nada, cómo vives tan
tranquilamente, tan feliz, pero para el otoño dentro de dos años, tómate una
bebida caliente a mi salud si te acuerdas de mí, que a quien le va a molestar
entonces será a ti y sospecho que de por vida.
Ay Manuel, existiendo tantos que
quieren ser queridos y tantos que quieren querer, tuviste que llegar tú, que te
ahogas por mí, tan dulce, tan infeliz pero sobre todo, tan cobarde, porque
también hay que ser valiente para decir “no te quiero”, “estoy jugando contigo”.
Para cuando se te pase la dosis de
narcisismo voltearás al pasado y tú mismo te convertirás en piedra mentirosa
Medusa, nosotros fuimos amigos, pero no lo seremos más, ni amigos, ni colegas
ni recuerdo, ni nada. Nada, nada. Tú toma tu café hoy, vive la vida y
despreocúpate, voltéame a ver con esa cara de indiferencia y lástima, miéntete
pensando que tienes el control.
Fui testigo del frenesí de un verano
confuso e indeciso.
Fui testigo de que hiciste todo por
separarnos.
Soy testigo de mí, a través del otoño,
esperando, tranquilo, el invierno.
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