domingo, 16 de diciembre de 2018

El color del infierno

















Ya sabía yo que no era una dicotomía inválida, mucho menos inocua, acabo de leer “Cuore”, de Tiziano Scarpa, una traducción del número de la revista de la universidad en el que  publicaron “El calor de mis venas” de Víctor, mi mejor amigo, y bueno, no pude evitar las lágrimas, leo… Niños, leo con mi moño rojo, porque es mi favorito, leo con mi moño rojo de terciopelo, como buen augurio, ya saben que las palabras a mí me salen cursis, no puedo evitar hablar de este modo, medio grosero, medio sentimentaloide, y me choca como no se imaginan.

Sabía, bueno, sospechaba que este vaivén, estas mitades, eran válidas y si bien, no presumibles, sí coherentes, pero ¿coherentes con qué?

Cierro los ojos y agradezco, te agradezco a ti mi amor en salmuera. Mi-a-mor-en-sal-mue-ra. Te agradezco, aunque sigo confundida, ¿te quiero?, ¿te quise?, ¿te seguiré queriendo?, ¿ciertamente, llegué a hacerlo?, no sé, sigo confundida, y mírame, te llamo “mi amor”.

Pero te agradezco que, creo, te conserves, en esta agua saturada, te agradezco lo único que se te puede agradecer, la desgracia y el dolor, porque es una maravilla, de no ser por ti, este moño no funcionaría como amuleto de buena suerte. Cierro los ojos y las hojas de los colorines, caen. Tenías el amor más quebradizo, las cosas más simples como pincharse el dedo con un alfiler, nos separaron. La distancia, siete horas de diferencia, tus miedos, tus mentiras.

Cierro los ojos y agradezco, caminar paso a paso por este salón tapizado de velvet rojo, con sus lámparas pasadas de moda y sus acabados dorados, ¡qué pinche fastidio!

La euforia me toca con sus tentáculos y luego me abandona, me asquea, me asquea esta habitación mefítica y lúgubre. ¿Adónde fueron tus agallas?, ¿adónde terminan mis entrañas?

¿Vieron eso niños?, algunas veces esas cosas me pasan. Estoy en el jardín de magnolios y de repente, por la noche, toda la sangre me azota de golpe, llega como un monstruo gigante que sale de un pantano negro, de nuevo, de noche.
Todas las noches despierto para tomar agua, para respirar o llorar un poco, todo esto por las pesadillas.

Mi amor pasado, te dije que hasta en la primavera hay putrefacción. No. Yo no quiero abrir este domo de vidrio, no, probé los duraznos, tú me viste y luego te fusionaste con ellos y te encerraste, pero eso no es mi culpa y hasta aquí termina la hazaña sensorial. Tus Drosophilas, y el verdor de tus otros dípteros, sus zumbidos, si quieres hasta los versos del poeta español, quédatelos, velos como esmeraldas que han de coronar tu… ímpetu, tu gloria, tu magnificencia. Ay mi huracán, mi niño a destiempo, mi imbécil Amadís, quédatelos esa es tu parte de la historia.

¿Debería temer la falta de lógica de estas letras? No. Qué no, qué no, qué no. Que tengo un amuleto te he dicho, esto es un recorrido grácil y circunspecto, no tomes notas, ¡por dios! (o ¡por Dios! Para provocarte), no tomes notas, esta calígine no es un mito, no goza de un nombre ni de una reputación como la de la tramontana, pero existe, es un malestar que me asalta algunas veces. No tomes nota, si quisieras recordar, basta con… pronunciar mi nombre. Recordar que soy eso, un demonio en una ostra.

¿Deberías, tú, temer la falta de lógica de estas letras? No, por supuesto que no, estamos caminando en esta galería de velvet rojo, estamos viendo escenas del purgatorio, porque el infierno es un lujo al que no puedo si quiera aspirar, no sé tú, yo sólo camino, no soy Beatriz, pero vamos, tampoco creas que tienes un papel de protagonista italiano. Mi frambuesa, mi tintineo, camina.

Abro los ojos y de nuevo, el mosaico, esta vez toco del color sano, los ventanales de los colores del cuento del danés de la moneda de ese país, no importa el amuleto, no importan las diazepinas, tengo pase VIP a los confines del Tártaro. Niños, esto no es un perfume que se coloque en las sienes y en las muñecas, esto es azufre, quema, arde, pudre. Mis ojos no mienten. Mis ojos se cansan.

Cierro los ojos y agradezco a mi amor en salmuera, y la salmuera se mezcla con las lágrimas, y sí, regresan al mar, de ahí vienen, allá van, pero no quiero más esta negrura, esta demencia sepia y añeja. Agradezco entender “Cuore”, agradezco el altar de caracolas marinas y luz descompuesta, pero no puedo más con el mareo.
Me desgasto, me agoto, me extingo.

Prendo la primera vela de la corona de adviento, no recuerdo el color, porque ahora todo pareciera ser impertinente y agrio como la mostaza.
Prendo la vela, con miedo, porque los fósforos, quieren ayudarme a germinar con el “roza y quema”, pero tú no sabes nada de agricultura.
El primer fuego es captado en una segunda toma mientras se hace un cameo de este malestar, de esta hipotensión.

Es algo, en primer plano, como… no sé, perdí la imagen.

Pese a la ayuda, que rechazo, de los fósforos, me estoy haciendo más pálida y más ausente, pero, pareciera, que por fin toda esta sala nacarada, mi ostra, está haciendo su labor. Pareciera que voy a poder ganar el derecho de salir.
Es como con las crisálidas, mientras mutas, duele, no creo que vaya a tener alas o un tercer ojo. Mientras pasa lo que tenga que pasar, lo que por derecho orgánico y poético me corresponde, este mareo me termina, está bien, sólo así podré por fin, salir de esta sala roja, hedionda y molesta, de este overthinking pueril que pareciera ser la última savia que corra por estas venas, antes, sí, antes de dejar de ser esta que soy, y continuar con la siguiente.

Si salgo al final, yo emparejo la puerta, sí sales después, la emparejas tú, tengo llave, de vez en vez, seguro doy un vistazo a estos pantanos, a estas quimeras, a estas luciérnagas de roja luz, ahora más serena, sana, más amable conmigo, con estas criaturas, con estas criaturas entre las que estás registrado también tú.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario