domingo, 9 de diciembre de 2018

El mar en calma


Recomendación: para leerse después de las cinco de la tarde, con un poco de náuseas, cerca de una ventana y escuchando Tu sombra de Christina Rosenvinge.








A ti te gusta el sol, el equilibrio y las mañanas frescas,
A mí me gustabas tú, tu mirada infantil, y mentirosa,
Tu cabello negro y rizado
Tus pestañas tupidas de dios griego
A mí me gustabas tú.


Nos adentramos en un mar en calma
Nos adentramos como los amantes de la noche, tomados de la mano,
Nos miramos escudriñándonos las infancias y los amores pasados, pero apenas nos descubrimos las construcciones en ruina.
Mi santuario es bello a pesar de que sus glorias son pasadas, aquí el cielo siempre es rosa y el sol dulce.
Mi santuario es de aire tibio y silencios amables, pero no pudiste verlo, tampoco pude ver el tuyo.
Deidad marina de labios de sal, de ojos de ámbar.
Deidad marina, esos mares profundos son tuyos y tú sólo te jactas de pasear encima de tus aguas. Me matas.


Nos adentramos en un mar en calma, buscábamos sin saber qué íbamos a encontrar,
Descendimos mientras nadie miraba, a hurtadillas, cuando sólo las estrellas brillaban.
Nadamos y me pediste que me quedara contigo para siempre. Pero no puedo.


Nuestras naturalezas, indómitas, algunas veces coinciden.
Me gustan tus besos, acariciarte la nuca y mirarte las constelaciones de la espalda.
Nuestras naturalezas se contradicen,
de todos modos beso tu frente,
de todos modos besas mis mejillas.


Me miras con la pasión que encierra tu majestuosidad.
Sonrío un poco, tocas mi cabello y te tomo la mano.
En cien años nos volveremos a ver, mi amor de espuma y rayos de sol.
En cien años, caminarás por el templo que te construyeron, de columnas gigantes y blancas.
En cien años quizá.









No hay comentarios.:

Publicar un comentario